De algoritmos y versiones humanas

Ana Clara
3 min readSep 28, 2021

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Sigo entrando a Facebook cómo si se tratase de mi habitación en la casa de mis padres, la que abandoné hace más de quince años pero a la que me gusta volver de vez en cuando para encontrarme con todo lo que alguna vez fue mío.

Facebook está abandonado hace años, quizás cómo mí habitación, pero hay algo que también me sigue llevando de vuelta a ese espacio, afirmando mi problema para soltar y dejarme ir.

Pienso en el algoritmo de Facebook y en cómo se ha alimentado de todos mis movimientos desde que lo abrí en 2008, pienso en cómo uno es con el cuerpo en la vida real y cómo uno se construye en la virtualidad a través de clics, pienso en que ese algoritmo hoy no me representa porque no tiene información actualizada mía porque no es la red social que más clickeo, aunque tenga tanta información de versiones anteriores y aleatorias mías.

¿Cómo seré yo según ese promedio algorítmico?

Ayer abrí Facebook, fui a la sección de recuerdos y me encontré con una foto mía de hace exactamente un año atrás.

Observando la foto recuerdo que estaba en Italia, en la estación de tren del pueblo al sur al cual fui a hacer la ciudadanía italiana. Atrás cargo con una mochila grande, adelante una más pequeña, en mí cara veo felicidad porque hay una sonrisa, una muy grande. La foto la sacó Anto, que me acompañó a la estación para despedirme.

Esa sería la descripción gráfica de la foto, pero todo cambia si la que observa es la que ha vivido, lo digital queda amenazado ante lo que no se ve a simple vista.

Atrás mio llevo mí vida, todo empacado en una mochila. Mudas de ropa, un par de zapatillas, una kindle, una toalla. Todo lo que tengo, está metido ahí adentro. Vivía liviana, vivía con poco, iba y venía con lo que tenía encima.

La sonrisa en cambio, se que esconde un miedo.

Pero eso no se ve, ¿acaso los miedos no aprendieron a reflejarse en las caras?

Esa sonrisa es en realidad la manifestación de la adrenalina, de saber que uno se embarca a lo desconocido.

Ir a Sicilia me dio miedo desde la primera vez que lo pensé.

¿Cómo era posible que la idea de ir a una isla tan cercana geográficamente me diera tanto pánico habiendo viajado sola tantas otras veces?

Cada vez que pensaba en ir a Sicilia, se me estrujaba el pecho.

¿Qué me daba tanto miedo?

No sabía nada de ese lugar ni conocía a nadie.

¿Acaso era eso?

Sicilia.

Puntada en el pecho.

Sicilia.

La manifestación máxima del miedo.

¿Miedo a que?

Así fue cómo decidí ir, no para conquistar una isla sino más bien para conquistar mis espacios internos, decidí ir para saber qué había detrás de ese miedo que no podía dejar de sentir, que no conseguía dejar de apretujarme el centro.

Así estaba un año atrás, al sur de Italia, con el pecho fruncido, mí vida en una mochila y por comenzar una nueva aventura.

Hoy en cambio tengo una vida armada, una casa, un trabajo, amigos, una rutina.

Una vida armada.

Armada.

Miro esa foto y pienso que no tenía vida y que ahora logre armar una.

Cómo si aquella versión liviana fuera incorrecta, cómo si experimentar la vida y conquistar un miedo no fuera importante, no fuera nada.

Miro esa foto, me miro ahora y pienso que así crecí, creyendo que tener una vida era tener bases sólidas cómo una casa y un trabajo, cómo si no tener nada estuviera mal, cómo si el vacío y la nada no fueran dimensiones habitables, cómo si fuese imperioso tener que llenarlos para darles sentido.

Miro de nuevo la foto.

Me veo pero no me reconozco.

Sé que soy yo y a la vez no.

Hace exactamente un año estaba tan viva cómo hoy, en otra versión de mí misma, una que me recuerda Facebook, esa habitación abandonada donde habita todo lo que hace algunos años fui y que me gusta ir a visitar de vez en cuando para recordarlo.

BARCELONA . Septiembre 2021

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